Mis geranios

lunes, 7 de febrero de 2011

El corazón de la sandía


          Todo era diferente en esta ocasión: en vez del campo de amapolas entre el verde tierno de las llegadas de mayo, algunas matas pardas, sacudidas por el viento del aterrizaje, le daban la bienvenida. Otro otoño de sequía, pensó. Qué diferencia con las masas de bosques, el verdor y la humedad de la tierra de donde venía.
          Aurora suspiró. El tiempo muerto había terminado. El vuelo había supuesto unas horas en terreno neutral, sin obligaciones, descansando de los nervios de la noticia, de los preparativos apresurados del viaje, de todo lo que dejaba atrás antes de enfrentarse con lo que le esperaba en Madrid. La travesía había sido un limbo azul. Siempre era así: un limbo azul donde la realidad no existía, donde el tiempo se paraba. Un respiro. Esta vez, más que nunca, le hubiera gustado quedarse en ese estado de suspensión física y anímica, sin pensar demasiado, tomando su gintonic, leyendo algo ligero, observando a sus compañeros de viaje, sintiendo la oquedad soleada que los rodeaba. Porque allí, por encima de nubes y tormentas, casi siempre lucía el sol.
(De la novela El corazón de la sandía, recientemente terminada y sin publicar)


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